Caracoles
- Mariposa
- 14 abr 2017
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Se encontraban dos amigos esperando el bus, divagando sobre la vida, se encontraron con un caracol.
— ¡Que horrible animal! —dijo el mayor.
— No me parece, deben tener alguna función. — Pronunció y de inmediato se agachó.
Comenzaron a observarlo y sin importarles que tan tarde se hacía solo se sentaron a cuestionar la existencia de dicho caracol.
— No le veo nada de importante. —Afirmó, demostrando lo intrascendente que era para él.
— Es importante para algunas culturas, en la antigüedad muchas tribus los usaban como medicina, dicen que su baba contiene algunos nutrientes que ayudan a cicatrizar.
— No me interesa, propongo que le echemos un poco de sal, he escuchado que la detestan.
— Propongo mejor, que te apliques acido en los ojos, he escuchado que los humanos no la soportamos. —Le contestó mirándolo a los ojos y conteniendo la respiración por unos minutos.
Varios sarcasmos después, terminaron relacionando el caracol con sus vidas.
—Detesto los caracoles, son muy lentos, me hacen ver que aunque la vida parece ir muy rápido, no es así, siempre hay algo que la detiene y la hace ir más lento, y no son circunstancias agradables, siempre lo que frena la vida, son piedras, piedras puntiagudas.
—A veces eres muy melancólico. —Terminó la frase bajando la mirada.
—Lo dices tú… a ti la vida te trata de maravilla, la búsqueda para ti es llegar a la felicidad, pero ésta no existe, es un imaginario que la religión te metió en la cabeza, tu familia te hace creer que todo aquello que te rodea te genera felicidad, pero no lo es, algún día despertarás.
—Ya vas a comenzar, prefiero verte en otro momento.
Ambos cogieron sus caminos, y simplemente se alejaron, ninguno de los dos se percató que ese animal los siguió desde que emprendieron a planear un asesinato con sal hasta que cada uno comenzó a mostrar las cicatrices que llevaba debajo de un disfraz. Y fue más rápido de lo que ellos pensaban, dicho caracol alcanzó a notar que el de la mente malvada y despiadada simplemente era un niño huérfano, su madre se había ausentado toda su infancia después de que un cáncer acabó con el brillo de sus ojos, su padre desconsolado prefirió salir a buscarla y sin darse cuenta cayó en un precipicio lleno de alcohol y drogas. Él tuvo que vivir escondiéndose de la gente, sobreviviendo en hogares de paso y alimentando su ego con lo que alcanzaba a recoger en un semáforo.
El otro joven, lleno de alegría, culto e inteligente, quien corrió con mejor suerte, fue adoptado tiempo después de que ambos se conocieron, dio con una familia adinerada, que estaba dispuesta a satisfacer todas sus necesidades, lo eligieron a él y eso era lo que más le daba felicidad, pero a su vez cada que iba creciendo y comprendiendo la vida, se daba cuenta que la elección no fue por quien él era, fue un decisión tomada por su corta edad, esa idea, noche tras noche le generaba ansiedad, salía de la zona de confort en donde creía que lo tenía todo, se negaba a la idea de creer lo que su amigo le decía, y simplemente se acostaba a dormir para evitar pensamientos de angustia.
A ambos les hacía falta un poco de baba de caracol en su interior, ambos necesitaban sanar, aunque se encontraran en situaciones similares, por su genética y sobre todo por las circunstancias en las que crecieron, interpretaban dichas situaciones de maneras diferentes; uno las veía más negativas que el otro.
Usualmente nos cerramos a la idea que tenemos de algo, no somos capaces de colocarnos en los zapatos de los demás por miedo a salir de nuestra zona de confort y dañar toda esa estructura emocional que tardamos horas en construir. En fin, a muchos nos hace falta baba de caracol, no solo para sanar si no para obtener la habilidad de usar las gafas de los demás y entender que el mundo no es solo lo que nuestros ojos alcanzan a ver, sino que va más allá de la visión de un caracol.
-MARIPOSA.
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